Capítulo 13

El señor Bowell, que nos estaba esperando en la puerta del hotel, nos la abre mientras espera pacientemente a que nos bajemos de la moto. Nosotros nos acercamos y entramos en el edificio, con él. Dean le mira cabizbajo, pero el director le responde a su mirada con una amplia sonrisa.  

-Bienvenidos. 

Nos guiña un ojo a ambos. Me sorprende que haga eso. No es el tipo de guiño que le dedicarías a un compañero, y mucho menos a un empleado. Es... diferente, discreto, cálido... De esa manera que guiñarías un ojo a un amigo, que te ha confiado un secreto muy importante sobre alguien, y tú en estos momentos te encontrases con ambas personas a la vez. 

He de decir que Dean trabaja para la C.I.A.G desde el momento en el que la C.I.A.G me encontró. Cuando le dije a mi madre que vi a Dean en ese túnel ella no se extrañó porque eso es lo que ya sospechaba. Al parecer el Señor Bowell en persona, se presentó en casa un día, mientras yo estaba en el colegio,  y le dijo a mi madre que sospechaba un encuentro mío con mi ángel custodio. Según lo que mi madre me ha dicho, no le creyó, y por eso se informó. Ella, al principio, pensó que era un testigo de Jehová, pero como él tenía tanta información sobre la operación, lo ocurrido, donde vivíamos... Buscó información. Al parecer, el señor bowell dijo que era urgente que fuese y volvió a aparecer en nuestra casa, dejo una tarjeta de la C.I.A.G en el buzón y se fue. Cuando mi madre la vio, buscó información sobre ello en internet, se asustó y me pregunto a mí. Cuando la conté lo mismo que el señor Bowell, le creyó -no sin antes preguntarme si había hablado con un hombre extraño últimamente-. Cuando la respondí que no, ella volvió a quedar con él para informarse, esta vez prestando atención a sus palabras. Era una madre asustada y, como es lógico, quería lo mejor para su hija. Es por esto que nos mudamos a otra ciudad cercana, en la que se encontraba la C.I.A.G. Esto dificultó, sentimentalmente, las cosas a mi madre: En esta ciudad ya habíamos vivido antes, pero esto fue cuando yo era muy pequeña y mis padres aún estaban juntos. Cuando rompieron, como la casa en la que vivíamos era de mi madre, mi padre buscó otro sitio en el que vivir, y mi madre se mudó porque la ciudad la recordaba muchas cosas. Intentó vender la casa, pero no aparecieron compradores, por lo que la cerró. Eso nos vino bien porque pasados unos años, nos mudamos y es donde vivimos ahora. Mi madre hizo un gran sacrificio al irse, pero uno mucho mayor al volver al sitio que por fin había podido olvidar.

-Señor… -Dean se para vacilante, provocando que dejemos todos de andar - ¿Qué significa eso de bienvenidos?

Nos quedamos parados en la entrada del hotel. Como la intención es que los humanos no vean nada raro en el edificio, este presenta todas las características propias de un hotel, incluyendo una acogedora sala con cómodos sofás de terciopelo rojo, varias lámparas de araña y un mostrador de caoba nada más entrar. El único problema que surgió con la idea de hacerlo hotel fue que aparecían clientes, por lo que pusieron un cartel que indicaba que este hotel es de siete estrellas. En todas las C.I.A.G lo pone, a pesar de que en realidad solo hay cinco hoteles de siete estrellas en todo el mundo. Esto provocó que la gente dejase de venir pensando que el precio sería excesivo.

 

-No sé –el señor bowell le mira fingiendo incredulidad, pero con una sonrisa asomando en su rostro-. Se suele usar para recibir a alguien de forma educada.

-Ya entiendo. ¿Esto es como las trampas para ratones? ¿Primero me enseña el queso y después me atrapa?

-¿De qué habla señor Canterville?

Una vez más finge inocencia. La cual se mezcla con el rostro, realmente confundido, de Dean.

Supongo que querrán intimidad para hablar, pues Dean se ve muy tenso, así que me siento en un sofá que está un poco apartado.

-Supuse que querría verme en su despacho.

-¿Y porque supuso eso?

-Bueno, creo que usted ya está al tanto del conflicto que hubo ayer. Pensé que me citaba para corregir el malentendido.

-¿Corregir? –El señor bowell alza una ceja.

Dean lo ha dicho muy discreto pero me atrevería a decir que el señor Bowell ya sabe a lo que Dean se refiere, solo quiere una mejor explicación.

-Despedirme –aclara Dean sin rodeos.

-Despedirlo sería lo más estúpido que podría hacer, Dean –a pesar de que sigue dirigiéndose a él formalmente, le tutea, lo cual me resulta raro. Para que la situación sea aún más extraña, puedo ver con mis incrédulos ojos como el señor Bowell pone las manos sobre los hombros de Dean y le mira sonriendo de una manera que podría ser parental-. Es uno de mis mejores empleados y no solo eso sino que además parece estar al tanto de detalles que al resto nos pasan desapercibidos. –puedo notar el tono sarcástico en su voz pero no lo dice riéndose de él, sino como si intentase hacer una broma para eliminar parte de la tensión que Dean tiene en estos momentos- Aunque si debo pedirle un favor –Dean asiente y el Director continua- Supongo que tuvo sus motivos para alertar a todos, pero esa no fue la forma correcta de hacerlo. Lo que debe hacer la próxima vez que tenga noticias similares, es  hablarlo conmigo y yo ya me encargare de informar al resto como y cuando sea necesario.

-¿la próxima vez…? Ósea, ¿Qué no va a despedirme?

El señor bowell ríe.

-Te veo despistado, chico. –Se da la vuelta en dirección a su despacho, perdiendo todos los formalismos por unos instantes.

Dean se queda parado unos segundos y después se da una pequeña carrera hasta llegar al despacho del director y entrar por la puerta justo antes de que esta se cierre.

Por el contrario yo me quedo sentada en el sofá rojo sin moverme. De vez en cuando entra o sale algún empleado mientras me mira, supongo que preguntándose qué hago ahí parada. Como no quiero quedarme mirándolos también saco mi teléfono móvil y finjo estar ocupada, aunque en realidad lo único que estoy haciendo es entrando y saliendo de aplicaciones. Vuelvo a ver el mensaje de Ethan, pero no le respondo, pues no sé qué decirle. Al rato Dean sale y me hace un gesto para que lo siga. Yo, cansada de estar sentada a la vista de todos, me levanto contenta de poder irme de ahí. Le sigo por los distintos pasillos hasta que llegamos a unas escaleras que llevan a la planta baja, el gimnasio. Aquí es donde solemos venir todos los martes.

-He pensado que en vez de venir mañana, podríamos adelantar el entrenamiento y dar la clase hoy.

-¿Qué? ¿Ahora? –pregunto incrédula.

Dean trabaja en la C.I.A.G como entrenador ya que sabe diversos tipos de artes marciales y está en buena forma física. De esta manera el centro también seguirá estando protegido si nos atacan. Lo cierto es que todos los que trabajan aquí salvo Dean son humanos, y ninguno cree que sea necesario entrenamiento. Sin  embargo, una de las pocas condiciones para trabajar aquí es que están obligados a entrenar sin rechistar, así que todos lo hacemos. En realidad Dean no es el único entrenador, por ejemplo mi amigo Will también lo es.

-Sí. Ahora. –Dean ya ha recuperado su tono autoritario, el cual aparece siempre al principio de cada clase, y desaparece cuando esta finaliza.- Ve a cambiarte.

Me voy sin decir ninguna palabra y entro en el vestuario femenino que está justo en frente de una sala de pesas. Una vez dentro, busco mi taquilla e introduzco la combinación correcta de los números que hay en el candado. Este se abre abriendo a su vez la puerta de la cajonera que me corresponde. Rápidamente me quito la ropa y la cambio por un conjunto deportivo formado por unos short y un top. Me hago una trenza en el pelo y me pongo unas deportivas. Cierro de nuevo la taquilla cambiando los números del candado para que no se pueda abrir y salgo.

Una vez fuera, entro en la sala que normalmente solemos usar. El suelo es de tatami ya que es antideslizante y también es blando, para evitar hacernos daño al caer. Cierro la puerta a mis espaldas y me giro para ver la actividad de hoy.

A mis pies hay unos conos. Dean se acerca y me entrega unos guantes de boxeo.

-Vamos a probar algo nuevo que nunca has hecho antes.

-¿Y porque cambiar ahora? –Digo cogiendo los guantes y poniéndomelos.

-Porque ahora necesito que estés lo más preparada posible. –Me mira y susurra:- Creo que no tengo que recordarte que habrá una guerra próximamente.

Asiento rápidamente con la cabeza porque no quiero que tenga que dar más explicaciones ya que en todas las salas hay una cámara de seguridad –para comprobar que los empleados hacen su trabajo- y no sabría decir si también hay micrófonos por los cuales el señor Bowell nos está escuchando, en estos momentos, desde su despacho.

Nos colocamos en el centro de la clase. A mis pies hay una escalera de agilidad. Se supone que el tatami no puede ser pisado por zapatillas, pero como este no es un japonés autentico, sino uno de entrenamiento y no de exhibición, no importa si no estamos descalzos.

-Bien –Dice Dean comenzando con la explicación- Hoy quiero trabajar la habilidad, los reflejos y la coordinación. Lo primero que quiero que hagas es entrar y salir de manera alternativa. –dice refiriéndose a la escalera. Quiero terminar la clase rápido así que te mostrare como hacerlo y después lo harás tú. ¿Entendido?

Odio cuando se pone tan serio.

-Sí.

Dean camina hasta ponerse delante de la escalera y cuando se asegura de que estoy concentrada en él, comienza: El ejercicio parece sencillo de no ser por la velocidad con la que lo hace. Consiste en introducir un pie dentro de uno de los agujeros, y a continuación introducir el otro pie en el mismo, luego sacar el primer pie, y sacar el segundo para después introducirlos en el siguiente hueco y así sucesivamente. Teniendo en cuenta que la escalera solo tiene ocho huecos, no parece difícil.

-Cuando llegues aquí –Dice al terminar- Darás diez puñetazos al saco. -Señala el saco de boxeo que está a un metro, aproximadamente, del final de la escalera. Después vuelve repitiendo el ejercicio y cuando está en frente de mí, añade: -Harás solo tres repeticiones, pero hazlas bien.

Hago lo que me dice: La primera vez todo lo rápido que puedo, a pesar de que soy consciente de que lo estoy haciendo mal, ya que estoy pisando las franjas de la escalera. En lo que llego al extremo y doy una zancada para llegar al saco, Dean ya está sujetándolo para que yo lo golpe sin que se mueva. Lo golpeo diez veces alternando un puño con otro haciendo que sean cinco puñetazos con la mano izquierda y cinco con la derecha, mientras aguanto los estúpidos comentarios de Dean en los que no para de decir “Dale más fuerte” o “Los he visto más rápidos”.

En el fondo sé que lo hace porque sabe que me da mucha rabia que lo diga y esto provoca que libere esa rabia contra el saco golpeándolo con más fuerza, pero no tan en el fondo, me enfada.

Termino las tres repeticiones de la primera serie, notando una pequeña mejoría en la última repetición.

Dean me muestra cómo se hace el siguiente ejercicio que consiste en ponerse en el lateral de la escalera, de forma horizontal y hacer el mismo ejercicio que el anterior, pero en vez de ir de frente, yendo de lado. Este es aún más fácil ya que consiste en saltar  de forma lateral primero con un pie y luego con el otro.

Esta vez cuando llego al saco me pide que de los puñetazos solo con una mano, por lo que elijo la izquierda, dando diez puñetazos seguidos. Hago las tres repeticiones ida y vuelta y me enseña el ejercicio número tres: Supongo que este es el más fácil de todos, pero empiezo a estar cansada y se nota. Simplemente debo ir dando saltitos con un solo pie –Lo que se conoce como la pata coja-. Esta vez los puñetazos son con la derecha.

 

Sigo haciendo ejercicios que Dean me manda, y según avanza mi cansancio sus comentarios son más crueles como  “¿Eso es todo lo que sabes hacer?” y también “Empiezo a decepcionarme…”, pero cuando se da cuenta de que realmente no puedo más, empieza a animarme a seguir con comentarios al estilo de “Ya casi has terminado”, “Estoy seguro de que tú puedes” y  “Venga, solo una vez más” así hasta llegar al ejercicio número diez.

Cuando esto ocurre Dean me deja hacer una pausa y yo caigo al suelo rendida. Al parecer tiene intención de seguir, pero cuando se da cuenta de que llevamos dos horas sin hacer una sola pausa, me concede el gusto de dejarlo por hoy.

-¿Sabes? Estoy muy contento con el trabajo que has hecho hoy –se acerca a mí y sonríe al verme tirada en el suelo respirando con dificultad- De hecho lo quiero celebrar, ¿Te apetece tomar un helado? Invito yo.

Por mucho que me duela, debo decir que no.

-Lo siento Dean. Estoy muy cansada. Lo único que me apetece ahora es descansar y aun debo ducharme y estudiar para un examen que tengo dentro de unos días.

-¿Cansada? No seas quejica. ¡Yo ni siquiera he sudado! –Dice bromista.

Gruño.

-Eso es porque tú no has hecho nada –me levanto, molesta, del suelo.

-Claro que sí. He sujetado el saco y te he gritado un poco. Y además he tenido que hacer una demostración de cada uno de los ejercicios –dice exagerando- Creo que no eres consciente de lo que cuesta hacer cada uno de ellos.

Sé que me está tomando el pelo y que es una broma, pero después del cansancio que tengo, este tipo de bromas no me resultan graciosas sino molestas. Además, aún no se me ha olvidado lo enfadada que estoy por sus comentarios.

Salgo de la clase sin entrar en su juego. Estoy tan cansada que no tengo fuerzas ni para responderlo de alguna manera enrevesada, así que en vez de eso, le cierro la puerta del vestuario en las narices dejándolo fuera.

Me siento un par de minutos en los banquillos que hay dentro hasta que mi respiración se normaliza, y después bebo un poco de agua. Abro la taquilla de nuevo, me doy una ducha de agua fría y me pongo la ropa con la que vine. Cuando termino salgo y no encuentro a Dean por ningún lado.

Genial. Ahora tendré que volver a casa en autobús. Normalmente no me supone ningún problema usar el transporte público, pero estoy tan agotada que como tenga que esperar media hora a que el autobús pase por la parada,  me recoja y luego me tenga que quedar de pie porque no hayan sitios libres, se me va a hacer eterno…

Subo las escaleras mentalizándome y cuando llego al último peldaño, los músculos de las piernas me arde por el sobre esfuerzo de antes.

Por suerte, veo a Will en la entrada del hotel. Me acerco a él.

-¡Hola! ¿Cómo esta señorita Brooks?

En la sala hay ahora mucha más gente, por lo que tenemos que usar formalidades.

-Cansada, ¿Y usted?

Normalmente me resultaría ridículo hacerlo, pero con él ya estoy acostumbrada.

-Un poco nervioso. Ya sabes que Dean hizo un aviso, bueno pues ahora me toca a mí calmar a las masas –suspira- Ordenes de Bowell.

Bajo la voz:

-Es tu padre, si te ha pedido que lo hagas tú, es porque confía en ti. –Le sonrío con optimismo- Por cierto, ¿Sabes si Dean se fue hace mucho?

-El señor Canterville –dice volviendo a hablar como antes por que pasa una mujer a nuestro lado-  Se encuentra en la cafetería.

-¿ Y que hace ahí? –Pregunto extrañada.

Will se encoje de hombros.

-Dijo algo sobre unos helados.